Alrededor de las diez ya estábamos listos
para subirnos a la moto y dirigirnos hacia donde estaba el Taita Miguel. Cuando
llegamos lo encontramos rodeado de jóvenes; algunos colombianos, otros
argentinos, todos muriéndose de risa junto al taller donde Miguel les enseña a
construir diversos instrumentos. Eladio (quien nos hospedó muy amablemente en
su casa de Mocoa) se presentó y nos sentamos un momento los cuatro a conversar.
Miguel nos contó un poco en qué consistía
aquel lugar al cual habíamos llegado. Nos comentó de la pronta inauguración de
su Escuela Taller “Cantos de la Tierra ” en la cual los
jóvenes y niños que lo deseen tendrán la posibilidad de aprender tanto a
construir como a tocar diferentes instrumentos (guitarras, charangos, bombos,
flautas) y al mismo tiempo estar en contacto con la naturaleza. “Ellos acá son
libres de experimentar, quizás vengan a aprender canto pero si se aburren
tienen el ping pong para jugar, los cultivos las semillas para explorar, y
hasta quizás terminen probando la medicina”, nos decía.
Compartió con nosotros también su trabajo
en conjunto con un prestigioso Licenciado en Psicología radicado en Bogotá,
quien actualmente ejerce el cargo de decano en una reconocida Universidad de la
zona. Este psicólogo más allá de esta ocupación está también muy comprometido
con el mundo de los elementos curativos ancestrales, y realiza ceremonias en la
ciudad con medicina cultivada y preparada por él mismo y su esposa, quién
también es Licenciada en Psicología y especialista en medicina Ayurveda.
El
Taita nos relató resumidamente el camino espiritual que había emprendido hacía
ya varios años esta pareja, y cómo habían decidido colaborar invirtiendo en la
construcción de un invernadero en el terreno donde Miguel desempeña todas sus
actividades. “Aquí a pesar de las constantes lluvias hay cosas que crecen
solitas, los plátanos, las frutas autóctonas, pero plantas un tomate y se
ahoga. Yo intenté armar un huerto cubierto con plásticos pero por la misma
lluvia el material se pudre muy rápido ¿y yo qué hago con ese plástico podrido
después?” comentaba con un dejo de angustia. “No me parece correcto quemarlo
por la contaminación que genera, y si lo desecho vaya a saber uno donde termina
descomponiéndose… uno tiene que tratar de corresponder sus actos con lo que
piensa y predica ¿no? Y esta idea que tuve de la huerta cubierta me pareció lo
más adecuado, el techo se haría de policarbonato, que se puede conservar como
por 300 años, eso ya quedaría aquí para que alguien luego lo continúe, y bueno
afortunadamente cuando le comenté la idea a esta pareja no dudaron en colaborar
con la inversión económica que se precisa.”
No quise interrumpirlo, así que sólo seguí
escuchando: “El primer proyecto que tenemos para esa huerta es preparar bien la
tierra con el abono y enterrar justo en el centro la placenta que ellos han
guardado del reciente nacimiento de su beba. Ellos recibieron a su hija en su
casa, con un partero por si algo sucedía, pero fue el mismo padre el que cortó
el cordón y la trajo al mundo, como debe ser pienso ¿no? de la forma mas
natural posible… y bueno hoy tienen guardada la placenta. Al enterrarla en la
tierra lograremos que la niña esté en constante conexión con la Madre Tierra , y lo
que se plante en ese terreno será
ingerido por ellos, generando una retroalimentación entre ellos mismos y la
naturaleza. La beba quedará para siempre unida a la Tierra y a su madre de una
manera muy positiva, evitando esos distanciamientos abruptos que suelen suceder
a veces de los niños con sus padres cuando son más adultos.
La
niña fue bautizada, fueron con ella bien pequeñita a adentrarse a la selva a
buscar las plantas para preparar la medicina, la prepararon juntos y le dieron
a la beba una cucharadita en ceremonia. Esa nena tendrá para siempre esa fuerza
y esa conexión con lo natural, será hermoso”.
Cada
palabra que salía de la boca, del siempre sonriente Miguel, me maravillaba.
Quizás para quienes fuimos criados de otra forma, bajo otro dogma, en un
contexto regido por creencias religiosas catolicistas que alaban a un Dios que
nos protege pero al mismo tiempo nos limita y nos condena, para nosotros los “bichos de
ciudad”, lo que Miguel comparte suene extraño o chocante, pero lo que defiende
es simplemente el inculcar desde el mismo nacimiento la conexión del ser humano
con la Pachamama ,
con este espacio sagrado que nos aloja desde que nacemos hasta que morimos, al
cual realmente debemos nuestra vida y nuestro agradecimiento, con la tierra de
la cual extraemos los alimentos necesarios para subsistir, con la medicina
sagrada utilizada milenariamente por nuestros sabios ancestros. Es entonces que
entiendo de inmediato, que no puede haber absolutamente nada de malo en todo
esto.
Miguel y su testimonio sobre la elección de vida de sus amigos de la ciudad, me
sirvieron como ejemplo para empezar a pensar en la posibilidad de que nunca es
tarde para buscar esa reconexión con lo natural, para apostar a redirigirse
hacia lo original, lo mas simple, lo que
somos, de donde venimos y hacia donde vamos: la Madre Tierra.
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