jueves, 11 de agosto de 2016

Sapiencia del Taita


Alrededor de las diez ya estábamos listos para subirnos a la moto y dirigirnos hacia donde estaba el Taita Miguel. Cuando llegamos lo encontramos rodeado de jóvenes; algunos colombianos, otros argentinos, todos muriéndose de risa junto al taller donde Miguel les enseña a construir diversos instrumentos. Eladio (quien nos hospedó muy amablemente en su casa de Mocoa) se presentó y nos sentamos un momento los cuatro a conversar.


Miguel nos contó un poco en qué consistía aquel lugar al cual habíamos llegado. Nos comentó de la pronta inauguración de su Escuela Taller “Cantos  de la Tierra” en la cual los jóvenes y niños que lo deseen tendrán la posibilidad de aprender tanto a construir como a tocar diferentes instrumentos (guitarras, charangos, bombos, flautas) y al mismo tiempo estar en contacto con la naturaleza. “Ellos acá son libres de experimentar, quizás vengan a aprender canto pero si se aburren tienen el ping pong para jugar, los cultivos las semillas para explorar, y hasta quizás terminen probando la medicina”, nos decía.

Compartió con nosotros también su trabajo en conjunto con un prestigioso Licenciado en Psicología radicado en Bogotá, quien actualmente ejerce el cargo de decano en una reconocida Universidad de la zona. Este psicólogo más allá de esta ocupación está también muy comprometido con el mundo de los elementos curativos ancestrales, y realiza ceremonias en la ciudad con medicina cultivada y preparada por él mismo y su esposa, quién también es Licenciada en Psicología y especialista en medicina Ayurveda. 

El Taita nos relató resumidamente el camino espiritual que había emprendido hacía ya varios años esta pareja, y cómo habían decidido colaborar invirtiendo en la construcción de un invernadero en el terreno donde Miguel desempeña todas sus actividades. “Aquí a pesar de las constantes lluvias hay cosas que crecen solitas, los plátanos, las frutas autóctonas, pero plantas un tomate y se ahoga. Yo intenté armar un huerto cubierto con plásticos pero por la misma lluvia el material se pudre muy rápido ¿y yo qué hago con ese plástico podrido después?” comentaba con un dejo de angustia. “No me parece correcto quemarlo por la contaminación que genera, y si lo desecho vaya a saber uno donde termina descomponiéndose… uno tiene que tratar de corresponder sus actos con lo que piensa y predica ¿no? Y esta idea que tuve de la huerta cubierta me pareció lo más adecuado, el techo se haría de policarbonato, que se puede conservar como por 300 años, eso ya quedaría aquí para que alguien luego lo continúe, y bueno afortunadamente cuando le comenté la idea a esta pareja no dudaron en colaborar con la inversión económica que se precisa.”

No quise interrumpirlo, así que sólo seguí escuchando: “El primer proyecto que tenemos para esa huerta es preparar bien la tierra con el abono y enterrar justo en el centro la placenta que ellos han guardado del reciente nacimiento de su beba. Ellos recibieron a su hija en su casa, con un partero por si algo sucedía, pero fue el mismo padre el que cortó el cordón y la trajo al mundo, como debe ser pienso ¿no? de la forma mas natural posible… y bueno hoy tienen guardada la placenta. Al enterrarla en la tierra lograremos que la niña esté en constante conexión con la Madre Tierra, y lo que se plante en ese terreno  será ingerido por ellos, generando una retroalimentación entre ellos mismos y la naturaleza. La beba quedará para siempre unida a la Tierra y a su madre de una manera muy positiva, evitando esos distanciamientos abruptos que suelen suceder a veces de los niños con sus padres cuando son más adultos.

 La niña fue bautizada, fueron con ella bien pequeñita a adentrarse a la selva a buscar las plantas para preparar la medicina, la prepararon juntos y le dieron a la beba una cucharadita en ceremonia. Esa nena tendrá para siempre esa fuerza y esa conexión con lo natural, será hermoso”.
Cada palabra que salía de la boca, del siempre sonriente Miguel, me maravillaba. Quizás para quienes fuimos criados de otra forma, bajo otro dogma, en un contexto regido por creencias religiosas catolicistas que alaban a un Dios que nos protege pero al mismo tiempo nos limita y nos  condena, para nosotros los “bichos de ciudad”, lo que Miguel comparte suene extraño o chocante, pero lo que defiende es simplemente el inculcar desde el mismo nacimiento la conexión del ser humano con la Pachamama, con este espacio sagrado que nos aloja desde que nacemos hasta que morimos, al cual realmente debemos nuestra vida y nuestro agradecimiento, con la tierra de la cual extraemos los alimentos necesarios para subsistir, con la medicina sagrada utilizada milenariamente por nuestros sabios ancestros. Es entonces que entiendo de inmediato, que no puede haber absolutamente nada de malo en todo esto.

Miguel y su testimonio sobre la elección de vida de sus amigos de la ciudad, me sirvieron como ejemplo para empezar a pensar en la posibilidad de que nunca es tarde para buscar esa reconexión con lo natural, para apostar a redirigirse hacia lo original, lo mas simple,  lo que somos, de donde venimos y hacia donde vamos: la Madre Tierra.



                                                                                                                                              

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